“Claro que hay esperanza”, se respondió. “Hay muchas personas aquí, debo conocer a más” concluyó antes que el sueño lo venciera.
El sonido de la puerta lo trajo de vuelta a ese extraño sitio donde el ruido y las luces nunca cesaban. Era Sindamel que lo apuraba.
Sentados en la mesa del desayuno Sindamel lo observaba en silencio mientras Angarion vagaba en el recuerdo de la noche que había pasado.
- Así que has andado de paseo… - comenzó a decir la maga, para sacarlo del estado en que estaba.
Él rehuyó su mirada, en ese momento tenía deseos de estar solo. De ninguna manera iba a someterse a un interrogatorio. Ella podía leer su mente, su mirada, su corazón si deseaba encontrar qué había dentro.
Sindamel notaba que una nube de tristeza y desolación se apoderaba de él. Podía mirar en su corazón, en su mirada, en su mente… pero nada de eso haría que Angarion volviera su mirada a lo bello que había en ese mundo.
- Hay esperanza, aunque no puedas verla. Te contaré algo más de este mundo.
Angarion parecía sumido en sus pensamientos pero la dama no iba a quedarse impasible ante la tristeza del joven, así que, carraspeó y comenzó a hablar.
“Hubo un tiempo, hace varios años según la cuenta de los años de estas gentes, en que las personas salían a las calles con diferentes emblemas que llaman carteles y pancartas pidiendo justicia, paz, libertad, educación, vida, alegría, respeto y muchas cosas más. Eran tiempos gloriosos donde se veían oposiciones claras entre la guerra que hacían algunos y el férreo rechazo de los jóvenes y las masas. Cada día, en cada país había gente en las calles protestando, luchando por sus ideales… intentando evitar que sus derechos fueran pisoteados.
Y se veía a los jóvenes por las calles, por los parques, en los bares y también en las universidades discutir y hablar abiertamente sobre sus posturas políticas, religiosas, filosóficas y muchas más. – la voz de la maga se teñía de gran emoción al recordar aquellos momentos – Pero todo cambió. – miró a Angarion, que ahora la escuchaba atentamente contagiado de las emociones que Sindamel transmitía en sus palabras. La expresión de su rostro se transformó al escuchar la última frase de la mujer. Iba a preguntar por qué, pero ella continuó hablando. – Los jóvenes crecieron y la sociedad hizo con ellos lo planeado: consiguieron algún trabajo que no era el que habían soñado y debieron progresivamente dejar de lado sus sueños para mantener a sus nacientes familias. Así, el sueño de una generación se marchitó.
Entonces los hijos de estas personas crecieron escuchando cuán cruel y duro es el mundo. Crecieron viendo a sus padres ir de un lado a otro con mochilas de problemas y dejar en casa, en el baúl de los recuerdos, sus sueños rotos.
Hoy los padres ven a sus hijos y recuerdan su juventud, cuando salían a las calles a pedir por lo que creían que merecían. Se sienten fracasados no sólo por haber abandonado sus sueños, sino porque sus hijos en apariencia no tienen intención de luchar por nada. No creen en nada, no tienen ideales, dicen.
¿Tu que crees? Yo he conocido a muchos jóvenes de esta era, de tu edad y más pequeños que poseen cientos de sueños y creen que son realmente posibles. Hay otros que tienen sus sueños guardados en el mismo baúl que los de sus padres porque si sueñan y lo dicen y lo gritan, sus padres los acusan de ilusos. – no le había dejado responder, pero lo que ella contaba era interesante. – Hay otros más, son los que más me gustan. Estos jóvenes tienen sueños y confían en que los alcanzarán pero no creen que la solución sea salir a gritar con pancartas, carteles y ese tipo de cosas.
Ellos están viviendo aquí y ahora, en este momento. Y saben lo que sus padres lucharon y no desean convertirse en ellos. Pero se siguen juntando y buscando salidas. Algunos se atreven a decirlo, tratando de que los adultos comprendan que no es que no tengan ideales… es que son diferentes y también son distintos los métodos. Pero siguen teniendo ideales.
Es difícil crecer en un mundo donde se te pide creer en algo y además, que no te ilusiones con nada. Así se sienten los jóvenes y es la angustia que sientes ahora.”
- Es terrible… es como estar atrapado en una cárcel y no hay manera de salir.
- “Los jóvenes son considerados seres desencantados, que no tienen pasión por la vida. Pero sus padres no son capaces de asumir que fueron ellos quienes transmitieron ese desencanto. Porque en algún momento, empezaron a considerar que es parte natural de la vida luchar por algo cuando se es joven y al crecer aceptarlo como imposible. Pero estos jóvenes se niegan a eso. Simplemente no comprenden para qué luchar por algo, si luego lo vas a abandonar.”
- Es evidente… no tiene sentido. ¿Por qué lo harían?
Sindamel no respondió. Sonrió y se puso de pie. “Es hora de marcharnos”,
dijo y comenzó a caminar saliendo del hotel. Angarion la siguió sin decir palabra. Luego de un buen rato, la mujer se detuvo, lo observó como si lo interrogara y finalmente habló.
- Bien… ¿Dónde vamos ahora?
Una vez más lograba dejarlo perplejo. ¿Cómo podía él, un joven de un pueblo perdido y olvidado en los confines de la Tierra Media saber a donde ir en una enorme ciudad cuyo nombre desconocía?
- Todavía no entiendes que este es tu camino. No puedo decidir por ti, no puedo aprender por ti, no estoy dispuesta a enseñarte el rumbo e impedirte descubrir tus propias señales. Así que, si quieres avanzar deberás encontrar tu mismo la forma de hacerlo.
- Pero… yo no sé a donde ir. Quisiera salir de aquí, pero no se donde queda el sitio por donde llegamos.
- Y tampoco te serviría de nada. Esto sí te diré: todo lo que encuentres en tu camino te está enseñando algo. Mientras más rápido aprendas, más rápido encontraras una puerta que te conduzca a otra parte.
Angarion observó a su alrededor las personas que iban de un lado a otro mientras se preguntaba qué más debería ver en ese mundo sin esperanza, temible y estructurado. Todos caminaban y nadie se miraba, el sonido incesante lo cansaba. Pero decidió hacer caso a las palabras de la maga e ir en busca de aquella esperanza que deseaba encontrar…