
Al ser indiferentes a la personalidad conquistamos la plena comunión, la cual se conquista desde la indiferencia.
Si yo soy indiferente a lo que en ti me hiere y aprendo la lección de tu comportamiento y aprendo la lección de mi dolor revelando el amor y la luz que ellos escondían; entonces la relación se vuelve comunión.
Nosotros siempre condicionamos la relación. Yo me relaciono contigo si tú estás bien, si tú no me agredes, si tú me quieres, si tú me escuchas, pero en la divina indiferencia yo me relaciono contigo porque tú eres chispa divina como yo, porque tú eres parte de mi misma esencia.
Cuando yo te puedo ver con los ojos del alma, estoy practicando la divina indiferencia. La divina indiferencia es la condición de la hermandad. La hermandad genuina es una hermandad del alma, la cual se descubre cuando a mi no me importa de dónde vienes ni para dónde vas, porque estamos los dos en presente y este presente infinito se vuelve una eternidad cuando logramos comulgar; lo que a mi me importa es tu esencia.
Yo no estoy comprometido con tus dolores, con tus culpas, con tus arrepentimientos o con tus pequeños dramas, yo estoy comprometido con la lección de tu vida y entiendo a través de la divina indiferencia que cuanto más pobre estás afuera y más te lamentas de tu pobreza, más posibilidad de conquistar la riqueza interior tienes.
Que cuanto más dolor tienes afuera, posiblemente más cerca estés del núcleo de fuego del alma. Que cuando tu apariencia es más humilde, más riqueza posiblemente albergas en tu interior.
Practicar la divina indiferencia es el arte de ser sensible a lo esencial, es el arte de ser sensible a lo que tiene sentido.
Hay muchas vías para encontrar a Dios.
No importa el camino, lo que importa es el sentido de aquello que haces. Y el sentido de aquello que haces es que a través del camino estás descubriendo que Dios está en tu corazón.
Cuando descubres que más allá de las diferencias se afirman las semejanzas, que aquello que nos dividía es precisamente lo que nos une, que nuestra diversidad es producida por nuestra unidad esencial y esa unidad esencial está dada porque somos materia prima divina; entonces yo me vuelvo indiferente a la metodología que tú escogiste para escuchar a Dios. Entonces la personalidad tiene muchos caminos pero la meta es igual. Vale la pena vivir cuando la vida tiene sentido. Cuando tenemos sentido, estamos infinitamente ricos.
El camino del sentido independientemente de lo que tengamos afuera es nuestra inocencia interior, la inocencia consciente del interior es la apoteosis de la humildad y la fluidez. La inocencia es el camino de Dios.
Cuando Cristo dijo: “Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”, se está refiriendo no al niño, no a la edad física, se está refiriendo a la edad de la inocencia, que es la edad de la madurez y de la fluidez, que no es otra cosa que la edad de la indiferencia o sea el compromiso total con la esencia y que llamamos divina indiferencia.
Victoria
GRACIAS VICTORIA! Tu palabra… siempre la palabra justa.