Guerra de mamás

Cuando comencé a investigar las teorías de la crianza con apego, respetuosa, la disciplina positiva, y demás, me volví un poco fundamentalista. De la lactancia materna exclusiva, el colecho, el porteo, los pañales de tela, el parto humanizado…en fin.

Mi hijo había nacido por cesárea no necesaria, por desinformación mía, y no me perdonaba. Me sentía que ya de entrada había fallado. Ya no le había dado el mejor nacimiento posible. Después de eso, le dimos 20 mil vacunas sin leer un prospecto, intentamos a los 3 meses que durmiera en su cuna, y un montón de horrores más. Lo único que rescataba es que, si bien aun no conocía el porteo, J vivía a upa. Literalmente. Hasta el intento de la cuna hasta dormía arriba mío.

Cuando quedé embarazada de A, me prometí hacer todo bien. Así que me atendí con parteras, planifique un parto en casa, respetado, íntimo, en familia. Compre fulares, bandoleras, pañales de tela hermosos, modificamos la cuna para hacerla colecho…todo el pack.

Bueno, como era de esperarse, A tenia sus propios planes y después de más de 3 días con un trabajo de parto extenuante pero improductivo, terminamos yendo a la clínica por una cesárea. Si bien mucho mas respetuosa que la primera, una cesárea al fin.

En esa época yo participaba de un grupo de mujeres que buscaban o habían tenido un parto vaginal después de una o más cesáreas. Y después de que nació A viví en carne propia algo que venia viendo con otras mujeres: el ataque.

En este grupo, si no habías podido parir, era porque no lo habías querido lo suficiente. Era tus miedos, tus trabas, tus temas mal resueltos. Era tu culpa, básicamente. Le decían a mujeres puérperas, que acababan de dar a luz, que lo habían echo mal.

Y ahí empecé a ver un patrón. En todos los grupos pasaba lo mismo. Todos eran espacios respetuosos siempre y cuando estuvieras de acuerdo en lo que se postulaba. Entonces si decías que dabas la teta, las que daban mamadera te respondían que no las acuses de ser menos madre. Si colechabas ibas a asfixiar a tu hije mientras dormías, pero si no lo hacías eras una desamorada que lo dejaba llorar traumándolo de por vida. Si porteabas, las madres que seguían el movimiento libre pickleriano te acusaban básicamente de estar atrofiando a tu hije, y viceversa, si lo dejabas en el piso eras una fría que no sostenía en brazos a su bebe en el momento que mas lo necesitaba…y así con todo.

Recién hoy, seis años después, con otro hijo mas a cuestas, empiezo a notar que estos espacios se van diluyendo, se van transformando con las consignas feministas de sororidad y aceptación del otre, del diferente a mí.

Las “guerras de mamis” fueron un reflejo de cómo las mujeres estábamos acostumbradas a tratarnos entre nosotras, y lamentablemente aún siguen existiendo aunque son menos las voces que  las apañan.

Como mujeres y como madres nos debemos y les debemos a nuestros niñes aprender a respetar, y sobre todo, aprender a amar por sobre las diferencias. Una no necesita estar de acuerdo con todo, podes tener muy claras tus ideas, pero eso no hace que la madre que elige otra cosa sea un monstruo desamorado. Quién te dice, si compartís un café o un mate, hasta terminan siendo amigas.

Hagamos tribu, siempre. Con el corazón y los brazos abiertos, y los ojos cerrados.

Un abrazo
Emme

Sobre el autor