Comprendiendo

Un pequeño conejo de orejas caídas, con manchas marrones en su cuerpo pasó corriendo, pero nadie pudo verlo pues el muchacho aún dormía.

Unos segundos después apareció un niño gritando, su voz cesó al ver a un hombre tirado en el suelo. Olvidó por completo al conejo y se acercó para ver si el hombre estaba vivo.

Caminó a su alrededor, vio que llevaba una espada envainada y supuso que sería un guerrero de alguna tierra lejana. Tomó una vara de madera que alguna vez fue la rama de un árbol y con ella, comenzó a tocar al hombre para comprobar su estado.

Angarion soñaba con un mundo desconocido en que las cosas se movían impulsadas mágicamente y había tantas personas que era imposible reconocer sus rostros. De pronto comenzó a sentir que alguien lo atacaba, clavando una espada sin mucho filo, pues no lograba atravesarlo. Entre la multitud intentó buscar a quien provocaba el daño y una figura negra apareció frente a él, intentó quitarle la capucha pero se alejó.

Se movió un poco y se estiró, el niño apenas pudo alejarse para no ser atrapado por la enorme mano del joven. Así que, ante el riesgo de recibir otra estocada, comenzó a moverlo con sus pequeñas manos y a pedirle que despertara.

“Despierta, despierta, despierta!” comenzó a decirle la mancha negra, que ahora había dejado la espada y lo movía con una extraordinaria fuerza. “Despierta” y él pensaba qué estaría queriendo decirle.

Finalmente sintió como el suelo se abría bajo sus pies e intentaba succionarlo hacia la oscuridad infinita mientras aquella figura frente a él le pedía despertar. ¿Despertar a qué? El agujero se hizo más profundo y él comenzó a deslizarse a su interior. Entonces comenzó a gritar y a luchar por sostenerse pero era inútil. Aquella era una abertura perfectamente lisa y él sólo pudo hundirse y caer al vacío.

Movió el cuerpo y dio un salto. Abrió los ojos y vio al niño que lo observaba perplejo con su mirada inocente y asustada tras lo que había presenciado. Angarion lo observó con la misma curiosidad con que el niño lo había mirado al llegar al claro.

- Hola, ¿Quién eres? – preguntó al fin, suponiendo que ese sería algún ser extraño de ese mundo desierto en el que estaba.

El niño dio unos pasos hacia atrás, como si recién lograra reaccionar al susto que le provocó la manera de despertar de aquel hombre extraño.

- Lo siento. Vengo de una tierra lejana a orillas del mar en el sur. ¿Cuál es tu nombre y que haces aquí?

- Mi madre me ha dicho que no le diga mi nombre a extraños.

- Jajaja – Angarion rió – A mi también me enseñaron lo mismo. Podemos hacer algo, tu me dices un nombre que no es el tuyo y yo te digo otro que tampoco es el mío. – Dicho esto y sin dar tiempo a que el niño pensara en la conveniencia de ese trato, extendió su mano y se presentó. – Mi nombre es Aglahad, a sus órdenes señor…

- M..m..Milton – dijo el niño tras dudar unos instantes como si no se le ocurriera ningún nombre.

- Es un gusto Milton, ¿qué te trajo por aquí? ¿Estas muy lejos de tu casa? – preguntó, pero al niño parecían inquietarlo esas preguntas.

- Vine buscando a mi conejo, se escapó y corrió hasta aquí. ¿Tu que haces aquí?

- Vine con una anciana, dijo que iba a enseñarme muchas cosas pero ha desaparecido y yo no sé salir de aquí.

Milton, como se había hecho llamar el niño, dudaba si ayudar al hombre. Al fin y al cabo, por alguna razón estaba en ese lugar. Sintió deseos de explicarle que había un mundo hermoso siguiendo el camino que trazaban los árboles. Pero si lo hiciera, las consecuencias podían ser muy graves. Tal vez su madre se enfadara con él por hablar con extraños y ya no lo dejaría salir a jugar. Observó al joven Aglahad: vestía realmente extraño, como si se hubiera escapado de una batalla muchos años antes y no hubiese encontrado la manera de cambiar de ropa.

- Ya volverá, las personas no abandonan a otras en este lugar. O eso dicen. Nunca había estado aquí antes, es un lugar misterioso. Dicen que lo frecuentan brujos, magos y otros seres que dominan ciencias incomprensibles para mi.

- ¿Y tu como sabes esas cosas? – preguntó Angarion a quien le sorprendió aquella descripción venida de un niño tan pequeño.

- Mi padre siempre dice eso, y mi padre es un hombre sabio a quien todos respetan mucho. Él nunca miente.

- Ya lo creo. – contestó, con la certeza de que eso es lo que todos los niños piensan de sus padres y luego, como a él le había ocurrido, se desilusionan. Pero no iba a discutirlo con un niño.

El conejo salió corriendo de entre los árboles, miró un instante la escena del hombre y su dueño, tenía entre sus patas delanteras unas hojas verdes que encontró y le servían ahora de alimento.

- Milton! – gritó el niño olvidando por completo al joven. Volvió a correr al conejo y se perdió tras él. Angarion pensó en seguirlo, pero hasta que decidió hacerlo la voz del niño ya no se escuchaba y misteriosamente ninguna huella había quedado.

Pateó una pequeña piedra con furia que fue a dar a un árbol y éste se movió incómodo.

Se sentía desdichado y un poco estúpido por haber derrochado la oportunidad de salir de allí. Ahora estaba solo otra vez sin saber que hacer ni a donde ir.

Dio un par de vueltas, buscando alguna salida pero nada encontró. Los árboles se cerraban a su alrededor y no podía entender cómo hizo aquel niño para llegar.

- No tiene importancia ya. Solo me queda esperar que vuelva Sindamel.

- No tienes que esperar demasiado entonces – respondió la mujer que había regresado entrando por algún rincón que él no había notado.

- Estoy cansado de estar aquí. ¿No podemos ir a otro sitio mejor?

- Un sitio mejor… ¿qué quieres decir con eso?

- Con personas, donde podamos comer algo y dormir en una cama.

Ella dio unos pasos alrededor del claro, como examinándolo. Estaba eligiendo las palabras para responder, buscando la réplica más adecuada y aceptable tal vez.

- No veo que tenga de mejor eso que describes de estar rodeado de árboles, disfrutar de la luz del sol y el suave canto de las aves. Pero en tal caso, solo tú puedes encontrar la manera de sacarnos de aquí.

- ¿Yo? ¿Cómo puedo yo conseguir eso?

- Muy simple, comprendiendo.

- ¿Qué?

- Lo que haces aquí. Sigues mirando el claro, y solo ves un claro. No estas entendiendo donde nos hallamos. Te sientes atrapado en una jaula de árboles. Sigues buscando con los ojos lo que debes encontrar con los otros sentidos.

Angarion la observó, pensando que estaba burlándose de él. Pero la mirada seria y penetrante de la mujer, hacía evidente que hablaba en serio. Dudó un momento sin saber cómo haría eso o si sería prudente preguntar.

- ¿Y como voy a lograrlo? Necesito tu ayuda.

- Necesitas sentarte en esa piedra y dejar de mirar con tus ojos, aprender a escuchar. Debes vendarte los ojos y aprender a mirar con los ojos de tu corazón, escuchar la voz de los árboles, caminar al compás del canto de las aves.

- Pero no entiendo. El niño se perdió entre los árboles, por un camino que no existe.

- ¿Qué niño?

- El que estuvo aquí, me despertó de un sueño extraño en el que veía un mundo de fantasía, donde las cosas se mueven solas y usan extraños aparatos que los llevan de un lado a otro. También había muchas personas, daba la sensación de que vivían todos apilados.

Sindamel se quedó mirando al joven, pensando si no habría viajado con su mente a algún lugar que aún no estaba preparado para ver. Sin embargo le inquietaba el niño, ¿cómo un niño pudo llegar allí?

- Y ese niño, ¿qué te dijo?

- Nada importante, buscaba a su conejo. Me dijo que este es un lugar frecuentado por magos y hechiceros y gente por el estilo, extraños según él.

- Bueno y qué piensas de ese encuentro. Es decir, si este lugar es como te dijo el niño, ¿como crees que pudo llegar?

- No lo sé.

- Pues mientras no te esfuerces por entender algo, seguirás aquí. – sonaba molesta, cansada ya de que Angarion no se esforzara para nada.

- Pero… yo… no entiendo

- Eso ya lo sé. Pero me pediste ayuda, me buscaste. Ahora debes intentar entender. No puedo sacarte de aquí si no comprendes.

- ¿Por qué?

- Porque la salida, solo tú la conoces. Es tu camino, no el mío.

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