
Aunque conocemos los hechos científicos que demuestran que todos somos únicos e irrepetibles tanto física como mentalmente, en muchas ocasiones nos es difícil generar una relación de amor propio. Esta relación de amor y respeto hacia nuestro propio ser tanto físico como espiritual en integridad es una relación fundamental que necesitamos desarrollar para poder vivir nuestra vida en plenitud.
Esto no implica desarrollar una actitud egoísta donde no nos importan los demás, donde podemos perjudicarlos sin remordimientos, etc. Esta actitud de desarrollar la autoestima significa poner límites.
Para establecer interacciones sanas y beneficiosas para todos, necesitamos primero conocer lo que podemos ofrecer a los demás tanto a la sociedad, como a la pareja o los amigos. Y además necesitamos conocernos y reconocernos como seres plenos y completos. No somos partes que debemos exigir a los demás que nos completen. Muy por el contrario lo que necesitamos es reconocer en los otros la misma completud que reconocemos en nosotros mismos.
Por eso debemos poner límites. Para saber a donde poner energía y donde no. A quién le damos esa energía y a quién no. Muchas veces realizamos actividades que otros nos sugieren o imponen porque inconcientemente, consideramos o esperamos ser queridos y reconocidos por ellos al hacerlo. Y muchas veces eso no sucede y deviene la frustración.
Otras veces las personas, frecuentemente los padres y tutores, ponen en nosotros expectativas que no somos capaces de cumplir o no deseamos hacerlo. Y en la mayor parte de las ocasiones nos ponemos a nosotros mismos expectativas que o bien no nos sentimos capaces de alcanzar o bien no estamos aún (porque nos falta la experiencia necesaria, tal vez) preparados para sortear todos los obstáculos que se nos presentan. De esta manera terminamos frustrados y sintiéndonos incapaces de alcanzar esa meta.
Y en la mayoría de las ocasiones, dejamos de lado el valioso aprendizaje que obtenemos de ese “fracaso”.
En nuestro aprendizaje de la dualidad, aprendimos que el éxito es bueno y el fracaso es malo. Sin embargo nada es blanco o negro y de todo se puede aprender. Mantener una actitud de resignación ante el fracaso nos mantiene en un estado de apatía. En cambio, una actitud proactiva ante el fracaso permite fortalecernos y crecer constantemente, tomando cada fracaso como una oportunidad para aprender otra manera de hacer las cosas.
Hemos escuchado muchas veces la frase “de los errores se aprende” y sin embargo, las acciones tomadas en relación al fracaso y los errores por parte de la sociedad desde la escuela hasta los trabajos y en el seno familia contradicen esta afirmación. Y aunque las palabras son muy valiosas y se graban en nuestro inconsciente, la experiencia es una marca imborrable que desencadena sentimientos y emociones que se asocian con el hecho y en ese sentido, la actitud que tomamos también es fundamental. Por ejemplo un niño que obtiene una mala nota en la escuela. Muchos padres lo “castigarán” o simplemente lo “premiarán” cuando obtenga una buena calificación pero no harán nada cuando obtenga una calificación no deseada. En la escuela se hará otro examen y el niño o adolescente esperará tener mejor suerte esa vez. Sin embargo, en muy pocos casos los docentes y los padres se sientan junto al niño para tratar de comprender por qué no tuvo el éxito esperado. Y en ocasiones más frecuentes el niño jamás sabrá cuál fue su error, con lo cual se limitan sus posibilidades de enmendarlo o comprenderlo.
Es un ejemplo simple pero claro de lo que sucede en todos los aspectos de nuestras vidas. Cuando una relación no funciona pocas veces hay oportunidad de hablar cordialmente con el otro y ver las responsabilidades de ambos. Inclusive es muy frecuente que una de las partes sienta que debió ser mejor para esa persona y que por no haber sido lo suficientemente bueno no fue amado.
Situaciones como esta y similares socavan la autoestima de manera tan profunda que esa actitud de derrota se traslada a todos los ámbitos de la vida.
Pero no todo es un papel victimista. Hay una ventaja que se obtiene de esta actitud y es la de no hacernos responsables de nuestras propias vidas.
Porque al no sentirnos capaces de lograr lo que deseamos delegamos en otros la toma de las decisiones más fundamentales y las aceptamos sin discutir. Si algo sale mal, será porque no hicimos lo suficiente como siempre.
Hoy vamos a comenzar a cambiar esa actitud y estos ejercicios te llevarán a respetarte y a amarte tanto que entenderás el derecho y el deber que cada uno de los seres de este planeta tiene de amarse y respetarse a sí mismo.
Les proponemos el siguiente ejercicio.
En el espejo
Ve a un espejo donde puedas mirarte de cuerpo entero o lo más grande que encuentres.
Mírate. Observa tu cabello. Tus ojos, la nariz y la boca.
Mira tus brazos… mira tus manos, tus piernas. Observa tu cintura, tu pecho, cada centímetro de tu ser.
Observate.
¿Sabes? Nadie hay igual a ti.
Mirate a los ojos. Hay allí un brillo inconfundible. Miralo por un buen rato. Miralo hasta que sientas lo que transmite… hasta que sientas que todo tu cuerpo reacciona a ese sentimiento que te produce tu mirada.
Eso es único. ¿Y sabes? Es lo que produce en los demás. Aunque no lo notes ni lo digan, así es.
Fragmento: "Guía para la autoestima. Amar lo que soy",
Sindamel - 2010