Un Hilo Invisible by Tamara Gallegos

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agosto 12, 2009 By sindamel

Buscando Sabiduría

Había pasado demasiado tiempo buscando y finalmente se encontraba ante la montaña. Allí, le habían dicho que vivía la anciana.

La buscó durante mucho tiempo, y nadie parecía saber nada de ella. Algunos solo creían que era una historia que contaban los ancianos para entretener a los niños. Sólo una persona le dio un dato remotamente certero. Y lo siguió sin dudar.

Estaba ahí, y ya no le quedaba agua más que para llegar a la mitad de la imponente montaña. Se había quedado sin comida desde hacía dos días y tenía hambre.

Pero el viaje había sido largo y el pueblo más cercano estaba a 10 días de viaje, seguramente moriría intentando regresar. Su única esperanza era encontrar a la anciana, que aún viviera y que lo recibiera.

Continuó caminando lo que quedaba del día. Al anochecer se cubrió entre unas rocas para protegerse del viento que azotaba aquella región cercana al mar. Durmió allí, y al despertar se encontró con un halcón que lo observaba.

Era un ave imponente: sus plumas lucían plateadas al reflejo del sol y su mirada era profunda, como si le hablara con sus ojos más negros que la noche. Chirrió, y el sonido resonó en el valle. Luego extendió su pata, donde tenía un pergamino que él tomó, y el ave alzó el vuelo, perdiéndose de su vista elevándose por sobre la cadena de montañas.


El pergamino tenía un mapa. Era simple y fácil de seguir. De no haberlo recibido, hubiera tomado otro camino.

Se tomó lo que quedaba de agua, solo unas gotas y caminó siguiendo el mapa. Al poco tiempo encontró un pasadizo oscuro, cualquiera que pasara por ahí pensaría que era una grieta de la montaña, donde con certeza viviría alguna bestia depredadora. Pero el mapa indicaba que ese era el camino, y por allí avanzó. La oscuridad era impenetrable y el silencio, hacía temer la propia respiración.

Dos horas había caminado en el silencio y la oscuridad inmutables, no podía sentarse pues no había espacio para ello, la única opción era ir hacia delante.

Tras caminar un tiempo más, sintió que algo cambiaba. Llegaba a él un sonido leve que parecía muy lejano.

El aire cambió siendo más suave, como si una brisa lo renovara permanentemente.

La oscuridad se transformó en penumbra, y las paredes que lo aprisionaban en una sola dirección desaparecieron a sus lados.

“Bienvenido”, dijo una voz saludándolo. “En la mesa hay pan, algunos alimentos que serán de tu agrado y un poco de agua. Debes estar cansado. Siéntate, come, bebe y descansa. A tu izquierda podrás encontrar un buen lugar para dormir”.

Algo se movió, y la voz se silenció.

No comprendía, la voz era de una mujer, si, pero no parecía anciana. Se dijo a sí mismo que tal vez sería una sirvienta o algún pariente. Prontamente olvidó sus cavilaciones, avanzó y encontró la mesa, en la que había la comida descripta.

Sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la oscuridad, y podía percibir el jarro de agua, la forma del pan y los diversos alimentos, en su mayoría frutas y verduras recién cosechadas y muy frescas.

Comió un poco, pero el cansancio era más poderoso que su hambre. Buscó a tientas la cama y se recostó, un sueño profundo se adueñó de su cuerpo y su mente vagó lejana, perdiéndose en los mares del recuerdo.

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Se movió incómodo, notó que era observado y tras luchar por permanecer en su ensueño, abrió los ojos. La penumbra volvió a invadirlo, dudó unos instantes y finalmente se sentó en la cama.

“Cuánta oscuridad, ¿dónde habrá una vela?”, se dijo en un susurro, creyéndose solo. Entonces sintió un movimiento y una tenue luz obligó la huída de la oscuridad. Allí estaba la anciana, con un bastón que parecía usar para caminar y del cual se desprendía aquella luz.

“¿A que has venido?” – le preguntó la mujer. Él dudó un momento para finalmente contestar: – A buscar sabiduría.

La dama se puso en pie lentamente, bajo su capucha se podían percibir unos ojos que lo observaban con curiosidad. “Sabiduría” repitió recalcando la palabra, como si tratara de comprender algo.

–         ¿Y has viajado durante meses intentando encontrarme, para pedirme la sabiduría? – silencio, pensaba. – La sabiduría no es un objeto, no se la puedes pedir a nadie… mucho menos robar. – añadió.

–         Lo sé, he venido hasta aquí porque quiero que me enseñe.

La mujer se quedó en silencio, inmóvil durante varios minutos. Él comenzó a dudar si habría muerto.

Finalmente le dijo: “No creo poder enseñarte nada. Pero puedo guiarte para que lo descubras tu solo. Si aceptas, tendrás que seguirme y confiar”.

Él se quedó mirando el cayado de la dama, absorto en algún recuerdo o pensamiento lejano. Hizo una reverencia y luego extendió su mano sin decir palabra, en señal de aceptación.

Entonces la dama movió una roca, dejando entrar un rayo de sol y el sonido de un surco de agua al caer por la pendiente, tomó su mano y lo guió. Al atravesar la pared de piedra, había una cortina de agua, una cascada que caía incesante e impedía ver del otro lado.

Se imaginó un precipicio que tendrían que bordear para llegar a algún sitio. Pero la dama dio un paso hacia adelante, y atravesó el agua. Se sintieron unos pasos sobre la madera. “Ven” le dijo, y tras dudar un instante por temor a que el agua venciera su cuerpo, avanzó. Se agarró de un barandal con su mano derecha y con la izquierda iba despejándose el agua que le impedía ver por donde iba. Estaba empapado.

Tras dar unos pasos y recuperar la visión, se encontró suspendido en el aire, la dama lo observaba desde el lado opuesto a la cascada, en silencio. Abajo un hondo precipicio finalizaba en un hermoso lago, donde con seguridad alguien habría nadado tiempo atrás. Miró al cielo, para ver el sol, pero no había más que un techo de rocas y formaciones geológicas antiquísimas sobre su cabeza. La luz solar, parecía venir de una dirección que no podía determinar.

Sindamel Estaba realmente sorprendido por todo lo que veía. Se encontraba suspendido en el aire, pero sabía que algo lo sostenía. Veía luz, pero no provenía del cielo. Y la anciana se había quitado la capucha que cubría su rostro y en ella podía ver a una mujer joven, de aproximadamente 30 años, cabellos negros y mirada profunda, como si en sus ojos negros guardara la historia del mundo.

–         ¿Piensas quedarte ahí? – le preguntó. Y, como si leyera su mente, agregó: – El hecho de que no puedas ver el puente, no quiere decir que no esté allí. Lo puedes sentir. Lo mismo sucede con el sol.

–         ¿Y la anciana? – preguntó aún estupefacto por la visión que estaba teniendo y lo cautivaba.

–         Depende. Puede haber muchas explicaciones para eso. Muchas vidas de los hombres he vivido. Pero los años de los hombres no pasan para mí. Puedo tener el aspecto que desee tener, en el momento que lo desee. Y tu, aprenderás lo mismo si así lo deseas. Descubrirás que en la mirada de una persona pueden encontrarse muchas vidas y mucha sabiduría aunque esa persona no sea conciente de ello. Pero este no es un lugar para hablar de eso. ¿Vas a cruzar o te quedarás ahí eternamente? Es la misma distancia si avanzas o regresas.

Avanzó, y ella lo guió por el borde del precipicio, hasta que hallaron unas escaleras descendentes y comenzaron a internarse más y más…

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